Comunicando, comunicando.....
- inblan65
- 10 abr 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 6 may 2024

Aunque los de mi generación también nos enviamos WhatsApp, preferimos llamarnos por teléfono. Sobre todo, porque eso es lo que hacen las verdaderas amigas. Somos una generación que hemos mantenido largas conversaciones telefónicas, a mi memoria me llegan las palabras de mis padres; si invirtieseis tanto tiempo estudiando, como hablando por teléfono, sacaríais todo sobresaliente. Recuerdo que lo primero que hacía al llegar del colegio era coger el teléfono y llamar a mi madre a la farmacia. Luego llamaba a mis amigas del colegio, había un montón de cosas de las que hablar…. Las conversaciones eran interrumpidas por las protestas de mis hermanos, deseosos de coger ellos el teléfono también. Mi primera pregunta al llegar a casa, después del colegio, de la universidad o del trabajo, era si me había llamado alguien.
Me acuerdo de que mis tardes de sábado trascurrían esperando una llamada. Cuando ésta ocurría estaba tan contenta de que, a continuación, llamaba a todas mis amigas para contarles quién me había llamado. Supongo que ya os podéis imaginar, era el chico que me gustaba.
Pasados más de cincuenta años, sigo manteniendo largas conversaciones telefónicas con mis amigos, mi amiga Mónica dice que son momentos de desahogo del alma.
Con Marta sigo manteniendo largas conversaciones. Ella es mi primera amiga del colegio, llevamos más de cincuenta años hablando por teléfono, cuando éramos pequeñas hablábamos de cosas de niñas: de otras compañeras de clase, de nuestras profesoras, de nuestros padres y hermanos. Ahora que somos mayores seguimos siendo igual de amigas y hablamos de los hijos, de nuestras enfermedades y del cuidado de nuestros padres mayores.
Charo además de amiga, es la voz amable y esperanzadora que me encuentro al otro lado del teléfono. A ella acudo en los momentos de soledad, acudo a ella en busca de consuelo y consejo.
Marisa y Carmen forman parte de mi vida desde hace más de treinta años. Siempre hemos hablado mucho por teléfono, hacíamos planes de tarde, de sábados por la noche, planeábamos viajes. Ahora ya adultas, nuestras vidas han cambiado y como dice Marisa “nos hemos convertido en las madres de nuestras madres”. Nuestras conversaciones muchas veces giran acerca de las personas que hemos contratado para cuidar de nuestras madres, nos contamos miles de anécdotas.
Carmen lleva ya casi quince años o más, cuidando de sus padres. Primero, enfermó el padre, y Carmen se sumergió en una misión imposible: encontrar cuidadores para su padre. Lleva años viendo desfilar por su casa todo tipo de cuidadores, de diferentes nacionalidades. Tras el fallecimiento del padre, al poco tiempo, se vio sumergida de nuevo en dicha misión, en esta ocasión buscar cuidadoras para su madre.
Somos las tres mujeres profesionales y nos vemos obligadas a dejar a los seres que más queremos en manos de otros. Estamos muy agradecidas a la mayoría de esas personas que han trabajado en nuestros hogares, cuidando de nuestros padres. Aunque a veces, sin previo aviso, nos han abandonado culpándonos por nuestro comportamiento hacia ellas. Nos quedamos atónitas, claro. Ellas, que están todo el día solas con nuestras madres tienen que entender que deben de ser puntuales, ya que nosotras debemos de acudir a nuestros puestos de trabajo. También deben de entender que las personas mayores deben de estar bien alimentadas, bien hidratadas y evitar que se hagan úlceras de presión. Las contratamos también para que nuestras madres vivan en un ambiente limpio y agradable, pero a veces, no pocas veces, las vemos con el móvil, las vemos sentadas en el salón viendo ellas solas la televisión, y las horas del día pasan y los meses corren y tenemos que hacer frente a sus sueldos. Lo que más nos duele, no es que en cierto modo nos engañen a nosotras, lo que más nos duele es que ellas saben que nuestras madres ya no pueden decirnos si han comido bien, si han sido bien tratadas o si se han pasado toda la mañana en la cama, mientras la persona encargada de su cuidado estaba con el móvil o viendo la TV.
Hace pocos días que Marisa ya no necesita los servicios de ninguna de ellas. Su madre hizo ya el Tránsito y ya no está aquí entre nosotros, los que nos consideramos los vivos. Antes de que sucediese, recibí muchas llamadas de mi amiga, llamadas llenas de sufrimiento porque eran los últimos días de su madre. En ellas se asomaba también la desesperación que le producían las continuas quejas de sus dos cuidadoras. Una siempre llegaba tarde y la otra cuidadora llamaba a Marisa quejándose de ello. Mi amiga tuvo que lidiar con un sufrimiento doble: la pérdida inevitable de su madre y las continuas quejas de las cuidadoras.
Por eso quiero agradecer a todas aquellas personas que sí que cuidan de nuestros padres y de nuestros hijos de manera profesional. Su dedicación a ellos y su vocación para ayudar a los demás, les hace su día a día mucho más confortable.
Pili, muchas gracias por cuidarnos de pequeños. Julia, trabajadora incansable, cuánto te echamos de menos, estamos deseando que vuelvas a casa. M Ángeles, gracias por tu eterna sonrisa. Martha, gracias por tus pures y tu profesionalidad. Carmen, gracias por la alegría que transmites.
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