Un lugar en el mundo
- inblan65
- 14 mar 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 6 may 2024
Todo empezó en 1963, mi madre se estableció como farmacéutica en el barrio de Simancas de Madrid. Yo nací dos años después, crecí rodeada de cajitas de cartón, potitos, leches maternas y papillas.
Desde muy pequeña empecé a asimilar, observando a mi madre, el oficio de farmacéutica, pronto aprendí a atender al público, a colocar pedidos y a elaborar fórmulas magistrales, bueno y a cortar los precintos de las cajitas de medicamentos, quién me iba a decir que ¡pasados más de cincuenta años seguiría cortando precintos!
De ella comprendí que su labor era mucho más que dispensar medicamentos. Cuántas personas acudían a la farmacia para que mi madre les orientase en cómo tomar los medicamentos, si había interacciones entre ellos.
Muchos venían a preguntar posibles efectos secundarios y mi madre les resolvía sus dudas. A los mayores con letra grande y clara les ponía en las cajitas cuándo debían tomar los medicamentos.
Aprendí de ella que el oficio de farmacéutica conlleva saber escuchar, cuántas lagrimas compartió con sus clientes y también muchos momentos de alegría.
Cuando nacía un niño en el barrio, enseguida se lo llevaban a Doña Amalia, para que lo conociese. Eran los años del baby boom en España, llegaban los reyes y muchas madres de familias numerosas no podían comprar regalos a sus hijos, mi madre, que es todo corazón, enseguida socorría a esos padres para que sus hijos no se quedasen sin regalos.
Al estar la farmacia a pie de calle, muchas veces es el primer lugar donde la gente acude si se encuentran mal. Si lo estimaba necesario mi madre llamaba a urgencias, muchas de esas llamadas suponían el traslado del enfermo al hospital, un marcapasos puesto a tiempo, una arritmia detectada, una deshidratación… La labor del farmacéutico es silenciosa, discreta.
A principio de los años setenta aún había muchas personas analfabetas en España, a mi madre acudían para que les leyese las cartas del banco, para rellenar las matrículas del colegio de sus hijos.
En esa época había en el barrio un chico con problemas mentales, se despreocuparon de su educación y apenas sabía hablar, mi madre contactó con su madre y pronto le convirtió en su recadero, Juan empezó a sentirse útil, las propinas que le daba mi madre las guardaba en un bote de Nescafé y cuando estaba lleno, la madre de Juan le compraba pantalones, zapatos, lo que su hijo necesitase.
Podría contar miles de anécdotas, yo he tenido la gran suerte de ser la hija de doña Amalia, he aprendido tanto de ella… Me ejercité a no dispensar ningún medicamento que fuese de receta médica obligatoria si el cliente no la tenía. Me ilustré a dar remedios para males menores. Estudié Farmacia, tuve grandes profesores, pero mi mejor educadora fue y sigue siendo mi madre. A sus 95 años ya no va por la farmacia, pero no hay un día en el que alguien no me pregunte por Doña Amalia.
Aprendí de Ella a hacer los pedidos, siempre hemos pedido los medicamentos a COFARES. Es una cooperativa de todos los farmacéuticos y nos asegura a las farmacias dos repartos diarios, llegando hasta los lugares más recónditos. Y ante la revolución de la informática, COFARES nos dio a los farmacéuticos herramientas necesarias para superar el reto de la implantación de la receta electrónica. Nos aportó formación para enfrentarnos a un mundo desconocido para muchos farmacéuticos, yo soy de una generación del lápiz y papel, de apuntes tomados a mano.
Nuestra profesión es posible gracias a la distribución. Tenemos la suerte de que actualmente existan muchos y buenos almacenes de distribución como COFARES, BIDAFARMA, ALLIANCE HEALTHCARE y muchos más.
La farmacia española siempre ha contado con la ayuda de los colegios de farmacéuticos, ante cualquier duda de dispensación contamos con nuestro Colegio, que nos mantiene al día de los cambios en la legislación farmacéutica. El Colegio se encarga de la facturación de las recetas y de que todos los farmacéuticos cobremos puntualmente de la Administración.
Yo he intentado, siguiendo el ejemplo de mi madre, que la farmacia sea un lugar donde las personas del barrio que acuden, se sientan como en su propia casa. Y tengo un recadero, un día me dijo su psiquiatra: “Inma le has dado un motivo para levantarse todos los días de la cama”. Tuve la suerte de saber desde muy pequeña cual era mi lugar en el mundo, la farmacia de mi madre ubicada en el barrio de San Blas-Simancas ■
Inmaculada Blanco Martínez publicado en la revista Sector Ejecutivo de septiembre de 2023

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